VIDA.  Respeto a la
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    Una ley natural, que Dios ha grabado en el fondo del corazón humano, es amar la vida y procurar primero su defen­sa y luego su desarrollo. Y desde que el hombre es hombre sobre la tierra, y desde que individualmente comienza a serlo de manera consciente y responsable, el amor a la vida se convierte en un motor de sus acciones, de sus preferencias y también en el soporte de sus mecanismos de defensa.
   Mas la vida humana no es la mera supervivencia vegetativa y animal. Reclama un planteamiento moral, social y espiritual, además del biológico. Sin esa perspectiva superior, no es posible hablar de vida en plenitud. Por ello, cuando se dice que el quinto mandamiento es "no matar", sólo se dice una ínfima parte de lo que reclama la ley natural de la vida. Quedan otros aspectos mucho más exigentes: desarrollar la vida en calidad, proteger la vida superior, liberar los caminos de la vida social y espiritual.
   A veces se pueden difundir ideas incorrectas sobre la vida, nacidas de actitudes materialistas y pesimistas, o de utopías irrealizables. Se puede identificar la vida con el gozar y la muerte con el sufrir. Se puede reducir la vida al propia vegetar y volatilizar el vivir el querer y el pensar del ser espiritual.
   El cristiano tiene que definir bien lo que es la vida humana, para entender y cumplir bien lo que es la ley divina del "no matar", o lo que es la voluntad del cielo del "bien vivir".
   Entonces se podrá entender el "quinto mandamiento de la Ley" como algo superior al simple sobrevivir biológico. Y se podrá entender que el don de la vida permanece "sólo un tiempo" diferente en cada ser inteligente y es otorgado por Dios para conquistar la vida posterior que nunca acaba.


   1.1. Valor de la vida

   El Decálogo mosaico recoge el deber de respetar la vida propia y ajena: "No matarás." (Ex. 20.13). Ese breve mensaje implica deberes directos y responsabi­lidades indirectas, aspectos negativos y compromisos positivos.
   La vida humana es sagrada porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su primera causa y su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida, sólo El puede darla y puede quitarla.
   El primer crimen del que se habla en la Escritura recoge el sentido y el valor de la vida: "La sangre de tu hermano clama venganza..." (Gen. 4.11)
   Pero, cuando llegó con Cristo la plenitud de la Revelación, se valoró el mensaje de la vida con más exigencia que el no matar. El mensaje evangélico reclama algo más positivo: el amar al prójimo.  El mismo Jesús dijo: "Habéis oído decir que se dijo a los antepasados: "No matarás"; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal". (Mt. 5. 21-22)
    El mensaje cristiano recuerda que la vida es un don de Dios, que debe respetarse, que debe ponerse al servicio de los demás como ideal superior.  La vida dura un tiempo durante el que hay que sacar provecho a los dones recibidos, pues llegará el día en que se pida cuenta de cómo se ha administrado el caudal de los talentos disponibles. Entonces se dará a cada uno su merecido. (Lc. 19. 11-27)
    Si la Iglesia no hablara constantemente de la vida y del deber de aprovecharla al máximo para el Reino de Dios, no transmitiría con fidelidad el mensaje de Jesús.
    A veces se piensa o escribe que el mensaje cristiano resalta el recuerdo de la muerte y el deber del cristiano es prepararse para la muerte y para la otra vida, para la eternidad.  Sin embargo no es así. La ley de Dios habla de la vida, no de la muerte, y centra su referencia en el vivir bien en este mundo y, sólo en consecuencia, ganar vida nueva en el otro. El mensaje cristiano es mensaje de Resurrección más que de Calvario y muerte.

   1.2. Proyección de la vida

    Por su propia naturaleza, la vida es fecunda. Tiende a comunicarse y no sólo a conservarse y defenderse. La vida de Cristo es el modelo de la que deben llevar todos sus seguidores. Es ideal de entrega y de servicio, de respeto y de solidaridad, de justicia y sobre todo de caridad. Es el modelo de la vida del cristiano: de caridad, de justicia y de lucha por la verdad. Dar la vida por los demás, como hizo Jesús, es la mejor manera de dar sentido a la propia vida terrena y de terminar el camino, el destierro, por este mundo.
    En lenguaje cristiano, hay que entender lo que es vivir con los demás y para los demás y lo que significa el mensaje de Jesús como modelo: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn. 10.10) 
    Es el ideal que reclamaba San Pablo en su Epístola a los Gálatas. "Ahora, que he roto ya con la ley, no soy yo quien vive, sino Cristo el que vive en mí. Mi vida en este mundo consiste en creer en el Hijo de Dios, que me amó y entregó su vida por mí". (Gal. 2. 19-20).

    2. Deber de amar la vida

    Dios es autor de la vida. Nos la da a cada uno, sin que podamos tener conocimiento de cuánto va a durar. Con ella le servimos en este mundo y nos prepara­mos para gozar de su compañía en el cielo.
    Aunque el texto del Decálogo formula de forma negativa el deber de respetar la vida, la identidad del mandato divino es positiva: hay que amar y proteger la vida. Amar la propia y la ajena es un deber sagrado del ser inteligente, capaz de apreciar profundamente lo que supone este don de Dios.
    De este amor se desprende la necesidad que tenemos de cuidar nuestro cuerpo, nuestra salud y nuestro equilibrio de seres vivos. El deber de evitar los peligros para nuestra vida es consecuencia de ser un don que se nos da.

    2.1. La vida superior

    Pero no basta valorar la vida en sus aspectos físicos y corporales. El ser humano cuenta con riquezas vitalidad superior a la del animal. Es obligado apreciar la vida sobre todo en sus rasgos intelectuales, mora­les, afectivos, sociales, espirituales y sobrenaturales.
    Somos libres para ordenar nuestra existencia en muchos de sus objetivos y en gran parte de nuestras elecciones que cada día hemos de renovar.
    Debemos hacerlo pensando siempre que nuestro tiempo es limitado y que Dios sabe lo que hacemos. Por eso los cristianos no nos limitamos a vivir, sino que queremos vivir bien. Esto implica ajustar nuestros modos de proceder en conformidad con nuestro modelo que es Jesús. Su voz resuena siempre en nuestros oídos en cuanto nos la pauta y nos señala el camino: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os daré descanso. Poned mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde corazón". (Mt 11. 29)
 
    2.2. Razones cristianas

    De las 319 veces en que se pronuncia la palabra vida (319 como "zoe" y 15 como "bios", en griego) en el Nuevo Testamento, la mitad aproximadamente aluden a una visión suprabiológica del vivir. La vida para el cristiano no es la biológica, sino la capacidad intelectual y la libre disponibilidad pare elegir, para entender, amar, vivir y para cultivar las riquezas espirituales de las personas y de los grupos humanos.
   Para entender esta verdadera dimensión de la vida el cristiano abre sus ojos a los valores espirituales. Habla de la vida eterna. Y se fija en la figura de Jesús como el modelo y la fuente de esa vida superior. La verdadera vida en el sentido cristiano es ante todo vida de fe: "Todo el que ve al Hijo y cree en El tiene vida eterna" (Jn. 40.2)
    Es también vida de espíritu y esperanza, rechazando el pesimismo y la frustración desesperanzada: "El Espíritu es el único que da la vida. La carne no sirve para esto." (Jn. 6. 63)
    Y sobre todo es vida de amor a los hermanos hasta consagrarles la propia existencia: "Un solo mandamiento os doy y es que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn. 13. 34)
    La vida del cristiano en este mundo es anuncio de la que llevaremos en el otro. Es Jesús el que nos señaló su significado y su identidad cuando dijo en su oración de despedida: "La vida eterna consiste en conocerte a Ti, sólo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado" (Juan 17.2 )

   

 

    3. Quinto mandamiento

   Si la vida es un don divino, debe ser estimada grandemente. Toda vida humana, incluso la de quien no ha nacido todavía o ha nacido deficiente o enfermo, es un regalo de Dios. Merece justa valoración, respeto y agradecimiento. Negar lo contrario, es salirse del marco referencial que es el plan de la Providencia.
   Otra cosa es que no se entienda por la razón, como cuando nace un ser deficiente. Pero el cristiano no puede contentarse con mirar, en los casos de difícil comprensión y aceptación, con los ojos de la carne, sino que debe emplear los otros ojos que Dios le da, o le puede dar si los pide, que son los ojos de la fe.
   La ley divina grabada en el hombre por vía de naturaleza y reforzada con la revelación por vía de gracia, reclama profundo respeto a la vida propia y a la vida ajena, a la vida biológica o los demás aspectos de la vida superior.
   Pero es evidente que el punto de partida está en el respeto y en la pro­tección de la vida natural: de la que cada uno ha recibido de Dios como regalo y de la que el prójimo posee también procedente de la misma fuente divina.
   El amor a la vida es particularmente digno de ser ensalzado en aquellos tiempos o lugares en los que abundan los actos de violencia, en donde predomina el egoísmo o los resentimientos y en los que existen circunstancias que impulsan a no apreciar a los hombres según los criterios del Evangelio.

    3.1. Deber negativo:

    La ley divina se concreta en el mandato de "No matar". Dios ha exigido como primera actitud del ser humano el evitar todo lo que puede destruir la vida. Matar en sentido estricto es eliminar la vida en sí o en otros. Pero en sentido amplio, es disminuir la naturalidad o las circunstancias propicias para que la vida se desa­rrolle según los cauces de la naturaleza.
    Quien mata, en sentido amplio o en sentido extensivo, y quien coopera voluntariamente en el matar, cometen un atentado a la dignidad humana que clama venganza al cielo.
    Exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal o dejarle que muera, pudiendo evitarlo, es radicalmente perverso. Negar la asistencia a una persona en peligro de muerte es inmoral. No se puede justificar ninguna muerte. Y ninguna razón es válida, cuando de la muerte se trata.
    En consecuencia son malos todos los modos de matar: homicidio, vio­lencia, eutanasia positiva, guerra, terrorismo, ensayos mortales, etc. Es malo cualquier atentado a la vida propia: suicidio, toxicomanías, riesgo innecesario, abandono de la salud, etc., Todos ellos son actos o actitudes gravemente opuestos al plan de Dios sobre la vida.
   Los problemas morales sobre la vida que puede plantearse a la moral cristiana, hay que resolverlo siempre a la luz de estos postulados.
   Los transplantes de órganos o la eutanasia pasiva, la manipulación corporal o la del cerebro, los deportes de riesgo o las profesiones de alta peligrosidad, tienen que valorarse a la luz de los principios cristianos del amor al prójimo y del derecho de todo hombre a vivir. El Concilio Vaticano II dijo: "Nadie debe despreciar la vida corporal, sino que por el contrario debe tener por bueno y honrar su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar el último día." (Gaudium et Spes. 14)

   3.2 Deber positivo

   Pero el mandato divino más radicalmente implica proteger y fomentar la vida. Fomentar la vida es dotarla de la mejor calidad posible. Es realizar acciones conducentes a mejorar la salud, la seguridad y la satisfacción de estar vivos n medio del mundo.
    Todos tienen obligación de crear las condiciones personales y sociales más convenientes para que se desarrolle la vida en conformidad con las posibilidades de todo tipo que ofrece la naturaleza. El Quinto Mandamiento de la Ley de Dios reclama por lo tanto respetar las condiciones físicas, psíquicas y sociales para que la vida humana se desenvuelva con la mejor calidad o nivel que sea posible.
    La vida propia merece especial atención en cuanto es un bien que se nos entrega. Uno puede renunciar a mejores condiciones o una perfección asequible, pues se es libre en cierto sentido para no querer ni más dinero, ni más placer, ni más seguridad.
   Pero la vida del prójimo es más exigente. Es preciso ayudar a los demás como un deber primordial. El concepto de prójimo, o de hermano, es decisivo en la moral cristiana de la vida.
   Los primeros prójimos que reclaman el cuidado de su vida son los padres, los hermanos y demás familiares. La ley de Dios es muy clara en este terreno de los padres y de los hijos. Son ellos los más "próximos" en la vida. Son los que más reclaman amor, respeto y comprensión y los que más requieren ayuda para que su vida resulte mejor.

     3.3. Situaciones especiales

    Es conveniente recordar que, en la moral cristiana sobre la vida, se pueden presentar en ocasiones situaciones difíciles de juzgar éticamente, al entrar en colisión derechos encontrados o al surgir razones a favor y en contra de determinadas elecciones. Los planteamientos deben resolverse con claridad de principios y con actitudes honestas.

    3.3.1. Legítima defensa

    Tal es el caso de la muerte producida por legítima defensa. Se puede matar a otro, no en cuanto acto directo de producir una muerte, sino en cuanto acto reflejo de defender lo más sagrado que uno posee, que es la propia vida. Matar por legítima defensa implica que la persona lo hace como acto material, no como formal privación de la vida ajena: sin odio, por necesidad, como "única alternativa”.
    Si la defensa no es de sí mismo, sino de otra persona que no tiene otra salvación que la muerte del agresor, por ejemplo de un asesino, la moral reclama el derecho y en ocasiones el deber de matar. Tal es el caso del defensor del orden público o del salvador de un débil en manos de un criminal que sólo matando puede salvar, del solado que en la batalla no puede evitar la muerte del enemigo o del médico que provoca una muerte para salvar a alguien que también tiene derecho a la vida.

   3.3.2 Pena de muerte

   La pena de muerte, cuando no puede ser sustituida por otra pena, y se trata de persona que va a causar con seguridad cierta la muerte a otros, es sólo legítima defensa. Es dudoso que sea moral como sistema represivo o como punitivo.
   La pena de muerte legal es la que se impone en virtud de leyes establecidas. Si el poder público tiene derecho legal a aplicar la privación de la vida ante delitos o crímenes de especial gravedad es cuestión que se dio por supuesta en tiempos pasados. Pero la reflexión moral de los tiempos recientes lleva a poner en duda tal derecho, si hay posibilidad de imponer otras penas punitivas que impliquen protección social sin matar a un ser humano.

   3.3.4. Vida disminuida.

   La prisión penosa o prolongada puede también tener un valor medicinal o sim­plemente punitivo, pero significa una disminución vital. No dejan de plantear problemas éticos los modos penitenciarios sobre todo si son posibles otras formas eficaces de expiación de delitos o son asequibles otros sistemas sociales de represión de crímenes o de infracciones legales.
   La justicia reclama muchas veces penas proporcionales a los delitos cometidos y a los perjuicios causados. Pero la caridad y la epiqueya (interpretación benigna de la ley) exigen tener en cuenta la dignidad humana del delincuente y las causas que motivaron el delito.

   3.3.3  Vida animal

   Ni que decir tiene que el hablar de la vida en sentido moral sólo afecta a la naturaleza humana. El animal, al no ser persona, no es sujeto de derechos. Su vida está al servicio del hombre y en ninguna forma se pueden plantear cuestiones éticas a su respecto, aunque sí se haga con referencia a los hombres que entren en juego con respecto a su vida.
   La vida animal está al servicio del hombre, pues tiene derechos sobre ella: para alimentarse, para trabajar, para hacer experimentos beneficiosos. Pero ello no quiere decir que el hombre sea dueño ciego de esa vida y no deba tener consideración con el sufri­miento animal o con sus tendencias a la supervivencia. Hacer sufrir al animal por placer o por curiosidad es un atentado a la propia dignidad del sádico que procura el sufrimiento. Es una lesión moral contra sí propio, no contra el animal mismo.

 
 

 

   4. Pecados contra la vida

   Si la vida es un don sagrado dado por Dios, el deber del respeto implica exigencias ineludibles y firmes. No cumplirlas es pecado indiscutiblemente.
 
    4.1. Homicidio

    Cualquier atentado directo contra la vida ajena rompe gravemente el plan de Dios. El homicidio es la destrucción de la vida de otro ser de forma directa o indirecta. Como acto contrario a la naturaleza, es delito grave. Quitar la vida a otro es suplantar a Dios en lo que sólo El puede hacer en el plan espontáneo de la naturaleza, vegetal, animal y humana, en la que todos los seres vivos tienen su momento de nacer y su momento de vivir y su momento de morir.
   Es la mayor ofensa contra el prójimo, pues es privarle del don más radical que como ser humano tiene. Es siempre un desorden grave que jamás puede admitir ninguna excepción.

   4.1.2. Eutanasia

   A veces el homicidio reviste formas engañosas, como pasa en la eutanasia, que es quitar la vida por falsa compasión a quien, por enfermedad o ancianidad, no quiere seguir en este mundo.
   La eutanasia directa y voluntaria consiste en matar personas impedidas, enfermas o moribundas. Es un homicidio por la misma razón indicada: nadie pue­de quitar la vida de otro ser humano, ni siquiera por compa­sión o consentimiento o ruego del que quiere morir.
   La eutanasia pasiva o indirecta es interrumpir el sostenimiento artificial de la vida y dejar a la naturaleza que haga su tarea espontánea de terminar con la existencia de un ser. Dejar morir es cosa muy diferente de matar. Cuando no hay esperanza de remediar o curar una enfermedad mortal, cuando se alivia el dolor sin intención directa de matar, cuando se respeta una decisión libre de no continuar con un tratamiento médico agotador y sobreviene por si misma la muerte, la situación moral de cuantos intervienen es muy diferente que la acción positiva de eliminar una vida.
   El derecho a la muerte digna es algo indiscutible, como lo es el derecho a una vida plena. Respetar la opción de quien no quiere tratamientos médicos onerosos (gravosos), peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima.
   Usar analgésicos o somníferos para aliviar sufrimientos graves de un moribundo es aceptable aunque haya riesgo de abreviar sus días, si no se busca con ello la muerte.

   4.1.3. Aborto

   También es una ofensa grave contra la vida el aborto, o interrupción voluntaria del embarazo, aunque a veces esté tolerado o legalmente indicado en muchos países. No deja de ir contra el plan de Dios la muerte injusta de un ser indefenso y todavía no formado del todo, pero destinado por Dios a convertirse en hombre perfecto y en hijo suyo con vocación de salvación eterna.
   La vida humana comienza en la concepción y no cuando el feto llega a sus últimos estadios de formación. Desde la concepción todos son personas antropológicas, aunque no lo sean jurídicas en muchas legislaciones que se consideran avanzadas y no lo son. Desde el comienzo de la vida es un deber natural su protección y promoción.
   Provocar o consentir es aborto es matar un ser vivo humano en ciernes. La cooperación formal a un aborto es una falta grave. La Iglesia castiga con penas graves de excomunión a quien procede esa manera (C.D.C. cc 1398 y 1041. &4)
   La condenación del aborto ha sido la enseñanza invariable de la Iglesia desde el primer siglo: "No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido" (Didajé 2. 2)  Y la razón está en el respeto que los cristianos siempre han tenido de la vida humana. El que no ha nacido tiene un derecho no subordinado ni a los padres ni a la sociedad ni a la autoridad civil. Deber por tanto ser protegido y no condenado al exterminio.
    El Estado tiene obligación de poner su poder al servicio de los derechos de todos, particularmente los mas débiles e indefensos. Cuando esto falta se quebrantan los fundamentos del derecho.
   Por eso entra en la esfera del homicidio, además de aborto en el útero materno, cualquier práctica científica de producir embriones extrauterinos y eliminarlos a capricho del investigador antes de su implantación uterina: o explorar los embriones implantados y eliminar los que se presuponen no sanos del todo o conformes en sexo, estado o características a los previamente prediseñados o no puedes ser explotados como "material biológico". Estas prácticas son criminales aunque sean aprobadas por la ley civil.

    4.1.4. Suicidio

    Si la vida recibida es un don de Dios para ser usada conforma a sus planes, nadie tiene derecho a quitarse la vida por cualquier motivo que sea o en cualquier circunstancia que acontezca.
    El suicida es el que se quita a su mismo la vida por falta de decisión para afrontar las dificultades o por otros motivos. El suicidio nunca está permitido.
    Es un acto de cobardía y una acción pecaminosa. Con todo hay que ser prudente a la hora de emitir juicios sobre los suicidas, pues siendo el deseo de conservar la vida tan radical a la naturaleza humana, hay que sospechar desequilibrios de diverso tipo, incluidos los psicopáticos y psiconeuróticos, cuando tales hechos acontecen.
    Si en otros tiempos se penaba con signos de rechazo a tales protagonistas, como la privación de sufragios eclesiásti­cos, en los tiempos actuales es usual la comprensión y el respeto silencioso ante quien cometido tal acción.

   4.1.5. Guerra y terrorismo

   La promoción de la violencia y de las acciones que producen muertes o mutilaciones abundantes, como son la guerra o el terrorismo, constituyen también atentados con el respeto debido a la vida humana.
   La guerra ha sido frecuente en la historia humana y el terrorismo, en sus diversas formas, constituye una lacra de los tiempos recientes.
   En cualquier caso y en cualquier motivo implica un desorden ético. Si una guerra defensiva en circunstancias muy graves, pudiera ser moralmente justifica­ble, la acción violenta que implique muer­tes ajenas como preciso de conquistas territoriales o de sostenimientos de hegemonías comerciales o coloniales es radicalmente mala.

    4.2 Indirectos

    Además de destrucción de vidas, existen otras ofensas contra los derechos vitales de las personas que se opo­nen gravemente al plan de Dios.
   Podemos recordar algunos ejemplos de inmoralidad:
     - exponerse a peligros y riesgos inútiles e injustificados;
     - descuidar la salud propia o ajena por incurias o por menosprecio vital;
     - usar productos nocivos como alcohol o tóxicos que perjudican el cuerpo y el espíritu;
    - jugar con la integridad corporal propia o ajena y no evitar los riesgos de mutilación o de contaminaciones.
   Toda acción que implica infravaloración de la vida deber ser rechazada como desorden moras que se oponen a la voluntad de Dios Creador. Algunos de estos hechos pueden re­sultar objeto de especial consideración.

   4.2.1. Mutilaciones y lesiones.

   Si son graves sus resultados o sus efectos perjudican la integridad corporal de los que las sufren son inmorales.
   Cuando se hiere a otro con castigos psíquicos, físicos o morales, con torturas y mutilaciones de miembros o de funciones, con cualquier manera en que se muestre la falta de respeto y de amor a la vida ajena, incluso aunque esté aprobado o tolerado por una legislación, se viola el derecho a la vida digna de todo ser humano.
    Todo tipo de mutilación por motivos comerciales (venta de órganos) o esterilización no terapéuticas afectan a la integridad del cuerpo y, salvo un bien superior (salvar una vida o curar una enfermedad) son inaceptables

   4.2.2. La tortura

   Es el uso de violencia física o moral merece especial consideración. Se puede usar para arrancar confesiones, para vengar conductas, por odio, para intimidar. En cuanto lesión a la vida, es contraria a la dignidad humana.

   4.2.3. Amenaza.

   Al orden de la tortura pertenece la amenaza y la coacción, que es la grave postura de quien promete dolor o pesar, extorsiona o chantajea, es opuesto a la vida normal y por lo tanto es herida moral que perjudica gravemente a quien la sufre. Cualquier situación de esta naturaleza implica maldad o negación de la dignidad del amenazado.

   4.3. Pecados interiores
 
   Pertenecen al orden de pecados que perjudican la calidad de vida cuantos desórdenes interiores impiden una sana y armónica existencia.

     4.3.1. Los odios

     Especial recuerdo puede merece el odio contra el prójimo, que se opone al mandamiento del amor que Jesús nos dio. Pero que además genera una serie de acciones que impiden al que odia vivir en paz y al que es odiado convivir con seguridad.
     El odio es una situación grave que comienza por la antipatía psicológica y se convierte en el deseo de males incluso mortales.
     En la medida en que el odio es consciente, implica tal oposición al precepto del amor fraterno consustancial con el cristianismo que prácticamente atrofia toda vida espiritual cris­tiana y toda identidad evangélica.

 

 

 

  

 

   

 

  4.3.2. El escándalo

    Es la acción o la actitud que induce a otros a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador. Puede ser por acción u omisión. Puede mani­festarse de manera consciente o de forma inadvertida. En todo caso es una perturbación de la vida sobre todo del que lo recibe.
    Adquiere una gravedad particular cuando lo produce persona que por su digni­dad o autoridad la influencia resulta más nefasta, o afecta a persona que por su debilidad o inmadurez queda más perjudicado y de forma más permanente.
    Jesús amenazó: "A quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, mas le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar." (Mt 18. 6)

 4.4. Las toxicomanías

   Especial llamada de atención supone hoy en el mundo de los educadores la abundancia de tóxicos con que se tienta a la salud, al equilibrio y a la convivencia de los jóvenes. La vida personal y colectiva pueden verse perjudicadas por la facilidad y abundancia con que irrumpen en los entornos juveniles los productos tóxicos que a veces destruyen a los jóvenes.
   El uso de sustancias tóxicas es un atentado contra el mandamiento divino de la vida. Ya sean consumidas por uno, ya se contribuya a que los demás las usen, suponen un atentado moral del que es preciso tener ideas claras.
   Todo joven precisa información suficiente en este terreno y también prevención contra las insinuaciones que recibirá para experiencias nefastas en este campo. Le resulta imprescindible una buena educación antitóxica, sobre todo sabiendo que son inmensos los intereses económicos y de otro tipo que subyacen en la distribución y consumo de estos productos.
   Hay diversidad de tóxicos (toxos, venenos) perjudiciales. Unos, como el tabaquismo o el alcoholismo en cantidades moderadas, se consideran tole­radas socialmente y pueden pasar desapercibidas en sus efectos nocivos. Otros, como el consumo de estupefacientes y alucinógenos naturales (extraídos de productos vegetales primarios: coca, opio, hachich) o producidos químicamente (de diseño), son socialmente rechazados y perseguidos.
   En todo caso, el principio para todos ellos es el mismo. Su consumo o distribución son inmorales en la medida en que perjudican la salud de los afectados.
   Unos y otros constituyen hoy un grave problema en amplios sectores del mundo. Destruyen multitud de vidas, no sólo biológicamente, sino en todos los demás órdenes. Amenazan la salud corporal, y sobre todo psíquica, en grandes sectores de población.
     - El alcohol constituye una sustancia básica en determinadas bebidas. Cuando el organismo ingiere dosis superiores a las toleradas para su natural eliminación, produce torpeza de reflejos corporales, pero sobre todo atrofia la capacidad mental, disminuye o anula la libertad de opción, crea multitud de tendencias desordenadas que van desde la indolencia a la agresividad.
     - El tabaco produce dependencia nefasta aunque sea frecuente. Implica riesgo elevado de infecciones y de afecciones respiratorias. Perjudica a quien lo usa, pero también a quien lo soporta (fumadores pasivos), disminuye la libertad de opciones.
     - El gran abanico de sustancias tóxicas, llamadas popularmente drogas, tienen de común el promover productos directamente nocivos para la salud. Son venenos que producen los más variados efectos: alucinaciones, inhibiciones, marginaciones, sobre todo dependencia tales que impiden las opciones libres y por lo tanto la responsabilidad moral.
   Tenien­do en cuenta de que son muchos, naturales o artificiales, nuevos o tradicionales, su clasificación resulta muy diversa. Pero es conveniente recomendar una información y formación especifica para evitar que la inexperien­cia o la ignorancia se conviertan en el principal motivo de drogadicción.

5. Catequesis de la vida

   El quinto mandamiento requiere siem­pre una adecuada educación ética, ya que se trata de un campo moral amplio, diversificado en cuestiones múltiples y con frecuencia disimulado y planteado por rasgos históricos falseados: valor, honor, patriotismo, libertad, etc.
     - El principio fundamental de partida debe ser siempre el valor objetivo de la vida y la supremacía de Dios, Autor de la vida, que es el único que es dueño de ella.
     Para ser consecuente con el sagrado deber de respetar la vida, no basta evitar actos contrarios a ella. Con frecuencia el cristiano debe preguntarse qué puede y debe hacer de positivo para hacerla más digna y feliz, primero para sí y luego para todos los que le rodean.
     Porque cada vez los hombres se van haciendo sensi­bles a la calidad de vida, y no quieren limitarse a hablar de la duración de ella, tal como estamos acostumbrados a valorar.
    Y necesita tener la certeza en que su vida tiene sentido y de que Dios está cerca de él. Valores evangélicos como la austeridad, el espíritu de lucha, la sinceridad, la alegría en el Señor, etc. definen lo que realmente es vivir.


    
    - La educación vital tiene que ser muy experiencial y crítica, a partir de los abundantes hechos sociales, presentes e históricos, que la perjudican. Con todo hay que evitar caer en la casuística, pues los hechos sólo se pueden juzgar bien a la luz de principios sanos.
    - La dimensión positiva, la defensa de la vida, es más persuasiva a la larga que la condena de la muerte o dimensión negativa. Es frecuente enfrentarse con axiomas sociales que parecen razonables en principio (la mujer es dueña de su cuerpo, las drogas liberan, los héroes mueren de pie), pero que sólo encierran sofismas inaceptables si se analizan detenidamente.
  - No cabe duda de que el cultivo del cuerpo, incluso sanitario, no es el último criterio que debe tenerse en los diversos planteamientos de la ética o de la bioética, o rama moral que analiza reflexivamente estas cuestiones. Pero es necesario partir de la necesidad, sobre todo juvenil, de sacar el máximo provecho de las energías vitales que implican la vida misma.
   Es bueno hacer caer en la cuenta que la vida humana depende de principios superiores a los biológicos y debe ser entendida como algo más que la mera supervi­ven­cia orgánica. El cultivo de la salud y de la belleza, de la serenidad y de la fortaleza, de la convivencia y de la paz, es el camino a la felicidad.
    - El progreso moderno crea a veces interrogantes a la conciencia cristiana que no resultan fáciles de resolver. La moral cristiana reclama como criterio básico ante cuestiones difíciles el afán de salvar la vida y la dignidad de la persona. Pero no siempre es posible dar respuestas claras a problemas concretos, como desearían diversos profesionales: médicos, juristas, sociólogos, economistas, políticos, etc.
    Por eso se impone con frecuencia el respeto a la libertad de elección en cuestiones discutibles, así como la sinceridad de planteamientos en aspectos que implican navegar contracorriente.
    - Los ideales superiores deben ser los rectores de la vida del cristiano. Si la vida humana se define y valora sólo por la cantidad de años vividos, perdemos una de sus dimensiones más esenciales y personales. Por eso el mensaje cristiano reclama que el hombre mejore en su situación intelectual y moral, que viva dignamente como persona, que sus aptitudes de ser superior se desenvuelvan cada vez con mayores posibilidades, que nada impida realizarse como hombre libre, inteligente y responsa­ble.
   Entre sus aspectos básicos se hallan también los espirituales. Por eso es preciso apreciar todo cuanto en el orden ético, en el estético, en el afectivo y en el moral hacen la vida más plena e incluso fecunda y proyectiva.
    El deber del hombre de mejorar la vida no se queda sólo en lo natural. Para el seguidor de Jesús también se deben recordar otros aspectos peculiares de su fe, que en cierto sentido definen su calidad de vida a la luz del Evangelio.
   Algunos aspectos pueden ser los siguientes:
     + El creyente tiene que tener seguridad en su presencia en el mundo y en su porvenir. Por eso hablamos de la Providencia: "Mirad la aves del cielo que no plantan ni siembran y el Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros muchos más que ellas?" (Mt. 6. 26)
     + También el hombre necesita tener delante de si valores en donde el desarrollo del espíritu le produzca satisfacción y realización.
     + Jesús lo decía cuando era tentado por Satanás: "No sólo de pan vive el hombre, sino de la palabra que sale de Dios." (Mt 4. 4).